miércoles, 3 de junio de 2009

Una historia tediosa (Apuntes de un hombre viejo.)

Chéjov envió a la revista “Mensajero del Norte” una novela corta titulada “Una historia tediosa”, con el subtítulo de “Apuntes de un hombre viejo”.
El anciano y prestigioso profesor universitario, afectado por una enfermedad y frente a una posible muerte, recapitula su vida y analiza sus ideas y puntos de vista sobre los distintos aspectos de la realidad, descubriendo nuevas facetas de la misma y reconsiderando algunas viejas convicciones propias.
El tema, de este modo, se asemeja a la situación expuesta en el conocido relato de León Tolstoi “La muerte de Iván Illich”, pero Chéjov resuelve el conflicto espiritual de su profesor en forma muy distinta, aunque en general se sentía influído, en aquellos años, por las ideas de Tolstoi sobre la moral y el arte.
“Por desgracia, no soy filósofo ni teólogo. Sé muy bien que no viviré más de medio año y parecería que ahora me debieran preocupar más que nada las cuestiones sobre las tinieblas de ultratumba y sobre las imágenes que visitarán mi último sueño. Pero por alguna razón mi alma no quiere conocer estas cuestiones, aunque mi inteligencia conoce toda su importancia. Igual que hace 20-30 años, ahora, frente a la muerte no me interesa más que la ciencia. Al exhalar mi último suspiro, siempre creeré que la ciencia es lo más importante, lo más bello y lo más necesario en la vida del hombre, que ella siempre fue y será la suprema manifestación del amor y que sólo con su ayuda el hombre vencerá a la naturaleza y a sí mismo. Esta fe puede ser ingenua e injusta en su fundamento, pero no soy culpable de que yo crea así y no de otra manera.”
“El mejor y el mas sagrado derecho de los reyes es el derecho de perdonar. Y yo siempre me sentía como rey, pues hice uso sin límites de este derecho. Nunca condené, fui condescendiente, perdoné gustoso a todo el mundo. Allí donde los otros protestaban y se indignaban, yo sólo aconsejaba y trataba de convencer. Durante toda mi vida traté de que mi presencia fuera tolerable para mi familia, para mis estudiantes, para mis colegas, para la servidumbre. Y ésta mi manera de tratar a la gente educaba -lo sé- a todos los que me rodeaban. Pero ahora ya no soy más un rey. Ocurre en mí algo que sólo es propio de los esclavos: en mi cabeza día y noche deambulan malos pensamientos, mientras en mi alma se anidaron sentimientos que antes yo desconocía. Yo odio, desprecio, me enojo, me indigno, temo. En forma desmedida me hice severo, exigente, irritable, descortés, desconfiado.”

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